En la Empresa Familiar se da una interdependencia recíproca entre, precisamente, esas dos entidades; y dependiendo de la formación y la cultura, se puede dar una prevalencia de sus fundadores hacia la familia, o hacia la empresa.
Cuando el debate es abierto y público, las opiniones externadas favorecen a la familia («¡la familia ante todo!»), pero en la práctica no siempre es igual («es que el negocio es lo que da para la casa»).
El proteccionismo familiar se nota en decisiones y políticas que pretenden tener contenta a la familia, con cargo a la empresa: «claro que puedes usar los autos de la compañía»; «¿no te alcanza el dinero?, súbete el sueldo»; «se quedó sin trabajo tu marido, dile que venga, aquí lo colocamos en la empresa»; «dices que sigues cansado, tómate otro mes de vacaciones» …
O en un afán proteger tu empresa, o cuando quieres inculcar a tus hijos la cultura del esfuerzo heróico con que fundaron la compañía, lo que predomina en el negocio es: «salario mínimo a los familiares los primeros cinco años»; «las vacaciones: una semana cada tres años»; «¿y para que quieres contratar un ingeniero, si eso lo puedes hacer tu?».
Protegiendo en exceso a la familia, vas a afectar la competitividad y las finanzas de la empresa; y si lo prioritario va a ser la empresa, habrá desaliento en la familia.
Esto no debe ser un problema.
Los intereses de la familia y de la empresa no se excluyen, son compatibles; hay procesos y herramientas para lograr ese sano equilibrio.