Si tu formación religiosa está basada en la Biblia, y ya leíste o te narraron el Libro del Génesis, vas a entender esto con más facilidad.
El pecado original fue el pecado de desobediencia que cometieron Adán y Eva en el jardín del Edén, al consumir del árbol del conocimiento del bien y del mal. A partir de ahí, ese estado de pecado sería transmitido a toda la humanidad, generación tras generación, y ya nada fue igual.
Pues bien (intentando un símil), en la empresa familiar se comete, con preocupante frecuencia, un pecado con consecuencias, a veces transgeneracionales.
Me refiero a esa actitud de los fundadores que asegura, por soberbia o falta de conciencia: “a nosotros no nos va a pasar nada”; “mis muchachos son muy sanos y trabajadores”; “mi familia es muy unida, nos queremos mucho…” Entonces desprecian cualquier lectura, conferencia o asistencia profesional, por calificarla de innecesaria.
Una afirmación muy frecuente y peligrosa: “si así como estamos nos ha ido bien, qué necesidad tenemos de enredarnos.” Si están bien ahora, no es garantía de que siempre será así: la familia crece, la empresa crece, la competencia y los riesgos también crecen.
Ahora todo es más grande que al principio, y tú no tienes todavía el más mínimo y elemental mapa de tus riesgos familiares a corto y mediano plazo: yernos, nueras, divorcios, fallecimientos, conflictos, vocaciones, debilidades, habilidades… tantos factores de riesgo que tarde que temprano, van a incidir en tu empresa y en tu familia.
Anticípate a esos riesgos; hay manera de hacerlo con prudencia y profesionalismo.